Desde los meandros.

De todo un poco pero abreviando (no como los meandros).

Hasta siempre Chávez. 9 marzo 2013

Siempre he sido muy reacio a identificar los logros del pueblo venezolano con su figura más visible, la de Hugo Chávez. No obstante, si alguna vez debía considerarse una excepción, ésta ha llegado con su fallecimiento.

Es evidente que el proceso que vive Venezuela no es obra de una sola persona, pero también es evidente que no sería el mismo sin Chávez. Se han escrito innumerables líneas sobre los logros de la Revolución Bolivariana dentro y fuera de Venezuela: descenso de la población bajo el umbral de la pobreza, plena alfabetización, disminución del paro a la mitad, formación del ALBA y del Banco del Sur y un largo etcétera. Hay cientos de datos que avalan la gestión si se tienen en cuenta los precedentes y el pulso de la sociedad venezolana, en otras palabras: poco más se podría haber hecho con lo que había. En cualquier caso, y como excepción, centrémonos en el Presidente.

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Sobre su gestión responden los datos. Pero hay algo que no puede ser únicamente explicado por los datos: los millones de personas que estos días lloran su muerte, aun cuando muchos de ellos jamás lo han conocido en persona. Nunca le han estrechado la mano, pero han compartido con Chávez más que con muchos familiares y amigos. No es habitual encontrarse con personas que son capaces de comunicar y razonar durante varias horas seguidas como hacía Chávez. ¿Alguien se imagina a Rajoy o a Merkel hablando seis horas seguidas sin guión? La que se montaría…

El Comandante creció en el estado llanero de Barinas. Su hogar carecía de televisión y su abuela Rosa Inés se encargaba de ocupar parte del tiempo que en otros hogares se consume frente al electrodoméstico parlante. Los relatos pacientes e ingeniosos de la que el pequeño Hugo llamaba “Mamá Rosa” rebosaban humildad e influyeron años después en su capacidad de oratoria. En la actualidad es más fácil encontrar en los hogares con pocos recursos una televisión que un vaso de leche. Suerte que en el Barinas de los años sesenta esto no fuera así.

Por ello, las próximas generaciones, con casi toda seguridad, no verán en ningún lugar del planeta a una persona de la humanidad de Chávez dirigiendo un país. Al fin y al cabo, ¿qué hay más humano que hablar, escuchar y reflexionar? La capacidad dialéctica del Comandante era tal que algunos taxistas de Venezuela se afanaban en cambiar de emisora en cuanto oían su voz al grito de: “cambio que me convence”. Por muchos datos y capacidad que se posean, si no se quiere o puede escuchar y reflexionar, poco se puede hacer. ¿Cómo alguien puede temer a ser convencido?

El temor a ser convencido produce una angustia que se magnifica en el lecho de muerte. Chávez fue extremadamente coherente, siempre del lado de la palabra y el diálogo. Dejó este mundo con la misma tranquilidad con la que Mamá Rosa le contaba las historias en Barinas y, sobre todo, nos legó una forma humana de hacer política y una Revolución que ahora tiene que madurar, nunca mejor dicho.